Hamlet
La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca (compuesta hacia 1601) se
basa en una leyenda nórdica transmitida por viejas crónicas y sagas, hasta llegar
a obras que Shakespeare conoció (como las Histoires tragiques, 1580, del francés
F. Belleforest). Y hay referencias de un Hamlet no conservado, atribuido a
Thomas Kyd.
La obra se inscribe en un género típico del teatro isabelino: la tragedia de
la venganza. Se tratará, en efecto, de la exigencia que se le presenta al
protagonista de vengar la muerte de su padre.
Ante todo, la originalidad no estará en la acción, sino en los personajes. El
drama se interioriza: lo que más nos interesa es lo que pasa por dentro de
Hamlet . Son sus dudas, sus
vacilaciones y su angustia lo que estará en el centro de la tragedia.
Pero, antes, citemos otros componentes temáticos que se entrelazan con el
tema central:
.-La ambición o la sed de poder, que impulsa a Claudio al fratricidio;
.- La infidelidad de la madre o la inconsistencia de los afectos humanos;
.- El amor de Hamlet y Ofelia;
.- El amor filial, unido al sentimiento del honor familiar.
Se notará que lo último concierne por igual a Hamlet y a Laertes. Si el deber
de honrar al padre obliga a Hamlet a la venganza, su error al matar a Polonio
desencadena el mismo deber en Laertes.
En definitiva, en la obra se desatan y se entrelazan tremendas fuerzas
opuestas: lealtad y deslealtad, fidelidad y traición, amor y odio. Y todo ello, a
veces, en un mismo personaje, originando desgarradoras contradicciones.
EL TIPO DE HAMLET
Partiendo de la figura del vengador, Shakespeare construye un personaje
de una complejidad insospechada. Acabamos de decir que su indecisión es el
centro de la obra. Su demora en vengarse es lo que fundamenta el drama.
Las dudas de Hamlet estarán
presentes casi desde el principio y se hacen especialmente intensas en algunos
momentos: en el final del acto II, en el celebérrimo monólogo del acto III (To be or
not to be...), en otras escenas de los actos III y IV.
El talante meditativo de Hamlet explica, por lo demás, las dimensiones que
este da a su problema. El descubrimiento del alevoso crimen le lleva a sentirse en
un mundo “podrido”: un mundo dominado por la mentira, la perfidia, la ambición.
Y
la bajeza. Su misión conlleva algo más que desenmascarar a los infames: se
trata de restablecer un orden descompuesto, lo que alcanza proporciones
inmensas, por ejemplo, en las frases con que termina el acto I:
“¡El mundo está fuera de quicio! ¡Oh suerte maldita! ¡Que haya nacido yo para
ponerlo en orden!”
Todo ello desencadena en Hamlet una crisis profunda. Todo se le
derrumba: pierde toda fe en el hombre, pierde el apego a la vida; hasta el amor se
diría que pierde sentido para él.
El horizonte se le llena de interrogantes angustiosos a los que no encuentra
respuesta. Y así cae en la más profunda amargura.
Tales sentimientos hallarán cauce en su fingida locura. En principio, es
un recurso encaminado a facilitar sus planes de venganza; pero pronto se
convierte en mucho más: es un elemento capital de la construcción dramática, que
no sólo le permite determinadas actuaciones sino que, sobre todo, hace posible la
expresión más amarga y agresiva de su pensamiento desengañado.